Habitar significa hacerse suyo un lugar, enterrar raíces, respetarlo tanto para reconocer el paisaje como propio. Por eso este proyecto partió de la consciencia del territorio natural, una montaña llena de pinos que acaba en el mar. Esos pinos forman una masa de árboles que protege y debe protegerse, en una elevación que preside la topografía plana del lugar: una situación lo suficientemente lejos para no sentir el ruido de las infraestructuras que lo rodean, y tan cerca del mar que se puede llegar caminando.
El proyecto incluye la urbanización del terreno y el diseño de cinco casas unifamiliares y 20 viviendas plurifamiliares. En lugar de construir viviendas aisladas en parcelas, pensamos en trabajar la topografía a través de los muros de piedra, típicos de la zona, para conformar las plantas bajas de cada edificación. Se trazan así líneas sucesivas, viviendas que se unen por esos muros que surgen de la tierra con la piedra y se transforman al hormigón a medida que crecen.
Ese mismo muro configura las terrazas privadas y los espacios comunitarios, que también unifican el conjunto. En esas áreas exteriores, se crean galerías que componen un espacio de transición entre los interiores en penumbra y el exterior soleado del Mediterráneo. Desde allí, el mar es protagonista de las vistas.
